domingo, 29 de enero de 2012

¿Cuál es la posición de la Iglesia con respecto a los exorcismos?



La Iglesia reconoce los exorcismos, y los considera potestad suya, pues el propio Cristo ya los practicó. En cambio, llama a la prudencia y establece unos procedimientos bastante estrictos para practicarlos. Esto pretende evitar la confusión de una posesión diabólica y una enfermedad psicológica, para la que reserva la curación a la ciencia. 

Ésta es la definición que el Catecismo de la Iglesia Católica da para el término exorcismo:

Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1:25s), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. (cf. Mc 3:15; 6:7.13; 16:17)

Además, precisa lo siguiente:

En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia


Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad. (cf. CIC can. 1172).
  
Así, la doctrina de la Iglesia diferencia entre dos tipos de exorcismos:

-El exorcismo simple, que se reza en el rito del Bautismo  -consistiría en sacar el demonio que llevamos dentro por culpa del pecado original de nuestros primeros padres.

-El exorcismo solemne, que es un sacramental impartido por un sacerdote con el permiso de su correspondiente obispo. El obispo da permiso al sacerdote para cada caso o puede, con el permiso de la Santa Sede, formalmente otorgar a un sacerdote el oficio de exorcista. En ese caso el sacerdote está facultado para exorcizar y no necesita un permiso particular para cada caso. Correspondería a este tipo, por lo tanto, lo que comúnmente entendemos por exorcismo.


Sin embargo, hay voces discrepantes, como la del Padre Amorth, exorcista de Roma, que considera que los exorcismos deberían –como poderes generales basados en la fe y en la oración- poder ser ejercidos por los individuos o comunidades sin ninguna autorización. Estaríamos, en este caso, hablando de “plegarias de liberación”, más que de exorcismos propiamente dichos.

En algunos lugares hay laicos ejerciendo estas plegarias, lo cual no es aceptado por la Iglesia, que solo les reserva estas funciones a los sacerdotes. Lo que sí está permitido es realizar oraciones privadas por el alma de alguien que se considere que está poseído.

En cualquier caso, y tal y como se dijo antes, la Iglesia pretende ser muy prudente con la práctica de exorcismos, y aboga por no dar pábulo a exageraciones y supersticiones. Así se expresa a este respecto el padre Gramolazzo:

Actualmente muchos viven una fe supersticiosa o de superstición y muchos tienden a no hacerse responsables, no saben afrontar el sufrimiento y atribuyen todo trastorno físico o espiritual a la acción del demonio. Pero frecuentemente el remedio es una verdadera y sincera confesión. Cuando en cambio se percibe aversión a lo sagrado, enfermedades desconocidas o incluso síntomas difíciles de identificar, es posible que sea necesario el exorcismo. La presencia demoníaca de cualquier forma hay que diagnosticarla en cada caso. En cambio debería haber más dedicación a la ascesis, a la oración, a la penitencia. La mentalidad popular ha exagerado los poderes de Satanás, que son los de un ángel común.

Esta prudencia no significa que la Iglesia no le otorgue a los exorcismos una gran importancia. De hecho, y tras tres siglos en los que este tipo de prácticas estuvieron un tanto abandonadas, han sido muy valoradas y recuperadas por Juan Pablo II, predecesor del actual Papa Benedicto XVI, que también jugo un papel importante en este tema a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Así, en 1999 se actualizó el libro que, de alguna manera, sirve de “manual” para la práctica de dichos sacramentales, y el propio Papa reconoció haber realizado un par de exorcismos durante su pontificado. En cualquier caso, estos cambios en el rito se limitan a cuestiones semánticas, pero, en lo sustantivo, siguen siendo fieles a su esencia medieval.

Asimismo, en este nuevo “manual” la propia Iglesia establece unos criterios -como se ha dicho bastante estrictos, aunque evidentemente interpretables- para discernir si existe o no posesión diabólica. Así, una persona se considera que está poseída si se manifiestan algunos de estos síntomas:

-Aversión vehemente hacia Dios, la Virgen, los Santos, la cruz y las imágenes sagradas.
-Hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas.
-Hacer presentes cosas distantes o escondidas.
-Demostrar más fuerzas de lo normal.

Como es lógico, los tres últimos se derivan del primero, y, aunque extraños, por sí solos no significaría que estuviésemos ante un caso de posesión diabólica.

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